Que la realidad se desdibuje ya parece un acto consecuente con la creación de un algoritmo a la medida gracias a nuestros teléfonos. Lo preocupante siempre será, que detrás de ese acto de crear mis intereses en la red, están los capitales más poderosos de la historia reciente. Y ese vicio de desconfiar de estos me quedó del periodismo, el mismo que hoy palidece ante las audiencias más jóvenes.

La brecha generacional de abordar las nuevas narrativas es cada vez más lejana y no por ello con más rangos de edad de por medio; siendo excluyente de la peor forma: no hay como comprender «una realidad» de la que soy completamente ajena; ¿ha intentado explicarle a sus abuelos, tías o papás (boomers) por qué un personaje sin herencia política, con ese «toque particular» logró quedar en el segundo lugar de las elecciones en Colombia? ¿Cómo les explica TikTok más allá de solo señalarle la pantalla con la música y personajes coreográficos a los que le salen letreros, casi como una versión más dinámica del meme? Es más, ¿su mamá o papá boomer le entiende los memes? ¿Alguna vez ellos le han señalado en un restaurante a los niños pegados a sus pantallas? ¿Todavía le habla de famosos que solo ve en telenovelas y no tiene ni idea de los influencers de los que usted hace referencia?
Si vamos al sentido básico de este escenario, nuestra especie necesita comunicarse. El lenguaje evoluciona, se transforma, sé que eso no es nuevo. Pero la velocidad con la que se da hoy en el ámbito digital sí lo es, teniendo como evidencia la exclusión de una parte de la sociedad que parece quedarse atrás y que aún es productiva desde las ideas, la reflexión, la acción y la experiencia. Y no hablo solo de la llamada Sylver Economy, una forma marketera para referirse a aquellos nuevos adultos mayores, que saben moverse a través de herramientas digitales y encuentran soluciones en temas como la salud, gracias a la tecnología. También hablo de personas que oscilan entre los 35 – 45 años o más, a los que hablarles de metaverso con sus narrativas inmersivas hiperpersonalizadas parecen de ciencia ficción, la misma que está a dos o tres años de distancia para meterse masivamente en nuestra dinámica social. ¿Ya Instagram le pidió que creara su avatar?
La individualización: adiós «querido extraño»
La data lleva años evaluándonos, ya he mencionado antes que los departamentos con grandes capitales dentro de las compañías de tecnología tienen que ver con la biología y la psicometría, un asunto que amplía muy bien la investigadora Shoshana Zuboff en su libro El capitalismo de la vigilancia; y el historiador, Yuval Noah Harari, en su libro Homo Deus. En pocas palabras, somos otro algoritmo para descifrar, por ende, para controlar y llevar a ciertas conductas.

No olvidar el caso de ética corporativa que tuvo que defender Zuckerberg en el Congreso de EEUU el año pasado después de que su exjefe de producto denunciara que intencionalmente mostraban contenidos a adolescentes que los hacían vulnerables a desórdenes alimenticios y baja autoestima, significaban más ventas por conversión.
En medio del entretenimiento, de los bucles informativos hechos a mi gusto: extensión necesaria, titulación que llame mi atención, uso de imágenes que me conecten emocionalmente, en el horario más apropiado, con las palabras que se sabe pueden interesarme, con los temas que realmente me gustan, con la sugerencia de seguidores que potencien determinado gusto por ciertos temas que tendremos en común y que además me van a reconocer, la falsa idea de saber qué pasa, pero sobre todo el no incomodarme con esa realidad creada a la medida y que puede ser contraproducente para mi paraíso informativo; es una mínima parte de la receta conductual con la que me seduce mi teléfono.
¿Por qué solo hablo del teléfono y no de la red en general?
Por el egoísmo. Los contenidos hechos a la medida, donde estoy en una constante votación del «Me gusta» «No me gusta», lleva a que se desvanezca el punto de encuentro con un mismo contenido para tener múltiples interpretaciones, que antes, «a la antigua», terminaban en diálogo o debate: para que me entienda, era algo así como los programas de concurso en los 80´s que todos veíamos en un mismo TV. Ya el acto de socializar está en compartir secretamente un contenido que se predice le va a gustar al receptor, y que puede terminar como audiencia de una marca común, en pocas palabras, viralizar el mensaje de acuerdo a perfilamientos coherentes. No hay contraste, por lo tanto, no hay debate.

Aún compartimos una realidad física, esa que muchos recorremos con nuestros audífonos inalámbricos, para darle nuestra banda sonora a ese espacio que (aún no) podemos recrear desde nuestros gustos pariculares:
La digitalización totaliza el studium al reducir la realidad a información. (…) el studium se refiere a ese vasto campo de información que registramos cuando contemplamos fotografías (…) El studium pertenece al orden del to like, no del to love. Solo se acompaña «de un interés vago, liso, irresponsable».
Byung-Chul Han –
La imagen que acompaña mi pantalla de bloqueo, las primeras apps que salen en mi teléfono, la medición de mis pasos y dieta; determinan mi esquema mental para salir a encontrarme con la realidad. Esa que los medios de comunicación tratan de hacerme llegar de la forma más adaptada posible, ¿a qué? A mis gustos y caprichos virtuales. Creándonos la falsa idea de control, ¿casualidad que hoy suframos semejantes niveles de ansiedad?
Los editores de contenido en medios tradicionales conjugan la tendencia narrativa con el rigor, ¿se puede? Sí, cuando se tiene altos presupuestos que hoy escasean en la prensa mundial. La recursividad, el ceder a ciertos parámetros, el arriesgar se traduce en tiempos cada vez más reducidos: y si algo está claro es que para profundizar en algo hay que tomarse precisamente eso… TIEM-PO. Ese que no parece tener una audiencia ávida de contenido, pero que no le quite sus espasmos de atención. Me gusta llamarle nuestra esquizofrenia colectiva.
La credibilidad ya no se basa en argumentos sino en qué tanto me divierte
Bajo esta afirmación se puede comprender el porqué del auge de las teorías conspirativas, esas que hoy tiene sumidas a sociedades como la norteamericana, en un caos de percepción del otro, visto como amenaza cuando no comparte la creencia que se reafirma cada vez que se prenden los teléfonos y se activa el scroll. ¿Tendrá esto que ver con el aumento de tiroteos en lo que va de este año?
La política está perdida, si me preguntan, creo que va a desaparecer… por lo menos como la conocemos hoy: el algoritmo es el gran jefe, si no me cree analice el cambio de narrativa en la segunda etapa de la campaña de Petro donde el argumento ya no era relevante y primaron las imágenes meme.
El dataísmo es la nueva religión, con los influencers como sus líderes, las redesde con sus plataformas como liturgia y nuestro amén constante a través del «Me gusta» y la viralización de ideas que aportan al falso espejismo de la búsqueda de aceptación. La falsa libertad de la que participamos todos, al reducir nuestro dedo índice a una toma de decisión constante sobre una pantalla que nos hipnotiza, nos hace perder en un excedente conductual que predice (después de analizarnos) nuestro próximo deseo.
La hipnosis nos lleva a querer saciar el deseo mayor, matar el aburrimiento, el vacío que nunca se llena tras ver las vitrinas de las vidas de otros que se anuncian bajo discursos de términos como «goals», «metas», «cumplir sueños», «luchar por lo que quieres», «no te rindas», «just do it», «se vale estar mal»…. y puedo llenar otras 35 líneas con frases y conceptos que dicen a las personas detrás del clic: no eres suficiente… ¿Les suena esto?

El periodismo, al igual que la política se encuentra en la encrucijada de poder ganarle la batalla a la desinformación: malas noticias, es imposible. Los sistemas algorítimicos «hechos a la medida», no tienen la información veraz como aliciente, sino el sobrestimulo de deseos, fantasías, frustraciones y miedos. Un coctel que funciona perfecto a la hora de vender o llevar a ciertas acciones a la masa hipnotizada del enjambre de emociones promocionadas bajo filtros fantásticos. Esto explica por qué hay ciertos cambios en las direcciones de medios que antes eran relevantes (sí, estoy hablando de Semana) y que hoy solo responden al número de conexiones y no a la profundidad; como diría El Padrino: «Son negocios, no es nada personal».
TikTok reúne varios componentes ante esta necesidad de entretenimiento: la tragedia se hace meme, el baile se democratiza, la música se vende como golosinas (por ende cada vez en menor tiempo al sacarle sangre en menos de dos semanas a cualquier tema que pegue en la red, así ¿para qué dedicarle TIEMPO a un trabajo completo?) su algoritmo obliga a la creación de contenido con una creatividad predeterminada pero con variaciones desde la exposición de estéticas y vulnerabilidades. ¿Cómo crear algo con argumento en estas narrativas? En pequeñas dosis, grande volúmenes de contenido, presupuestos agigantados y artistas agotados.
Pelear con la realidad es de tontos, es lo que hay, así que los sistemas tradicionales hoy se rascan la cabeza. Estamos ante algo sin precedentes en la historia de la humanidad, y tener la humildad suficiente para reconocerlo puede ser el primer paso para comenzar a dar luces a una sociedad que sepa hacer una sinergia ética entre nuestro algoritmo biológico y el que el dataísmo sigue como perro fiel.