Las agendas ocupadas: el nuevo estatus social

Le invito a hacer un experimento social. La próxima vez que le pregunten «¿qué has hecho?» Responda, «nada». Y lleve un registro de las expresiones y las respuestas… resulta divertido.

El hacer se debate entre el gusto por entregarse a las tareas que ocupan los días, y el llamado de atención por rebosar el espacio completo de la persona atareándola de pendientes. Los mismos que se filan en las noches antes de dormir (provocando insomnio) y los que aparecen al abrir los ojos en la mañana (provocando estrés y ansiedad).

Todos hemos hecho el listado de tareas: sean las cotidianas, las de trabajo y estudio, o ambas separadas por colorcitos, símbolos o tachones. Todos también reconocemos el placer de tachar lo hecho. Incluso en redes como Instagram, registrar las agendas, post it, lapiceros, lápices, stickers y demás artículos que acompañan las tareas, en fotos con consejos sobre cómo cumplir los sueños, se compiten en tendencia con los nuevos amantes de registrar el orden: una especie de orgasmo capturado tras lograr hacer ver impolutos los cajones, estanterías, cocinas y rincones de aseo (que irónicamente suelen verse desordenados).

Todo el registro simboliza algo: HACER, estamos inmersos en las tareas, y al registrarlas en calendarios y fotografías que acompañan historias, vamos llenando el requisito contemporáneo de verse productivo. Fue perturbador presenciarlo al comienzo de la pandemia, en los días de mayor incertidumbre, cuando buena parte de las personas que sigo en redes enloquecieron a hacer registro de rutinas de ejercicio, métodos culinarios (como hacer pan), y reparación de muebles desgastados que retornaron a la atención de sus dueños. Todo iba en contravía con lo que pedía la vida, el mundo en ese momento: parar.

Nos duele no hacer nada: es como si el algoritmo nos notificara que no estamos al ritmo que va el mundo. Y si nos salimos de la caja (en este caso las redes sociales) veremos que la esquizofrenia está precisamente en no detenernos a hablar con nosotros mismos. A desconocernos para poder conectar con otros, que buscan seguir a alguien igual de perdido en el tsunami de tareas y metas por cumplir.

La quietud parece un acto de rebeldía en la dinámica actual. Sin embargo, cuando se reflexiona al respecto conecta de inmediato con la esencia que todos tenemos, esa que sabe que somos más que un organismo que cumple con tareas pendientes, esas que irónicamente necesitan de mentes despejadas para poder hacerse de la mejor manera: una mente cansada no es productiva, está angustiada y ese es el resultado que se obtendrá.

Alguien me preguntaba que cómo hacía para tener espacios de contemplación, medio en broma le dije: «Los programo en mi agenda». Y su sorpresa estaba en que nunca se imaginó que en la lista de tareas pudiera estar el horario para no hacerlas.

La entrega

Cuando las labores se hacen desde la concentración, desde el olvidarse de lo que sigue, estar inmersa en todo lo que compone su realización; se convierte en una danza, no en una demanda. No sé si me explico: notar el teclado, la voz del compañero en la reunión, los cuadernos y agendas, el olor de la tinta, lo que se va anotando, notar la dispersión por la ventana, escuchar el revoltijo de sonidos que van desde ecos en la calle, hasta el sonido del teclado cuando se construye una idea en la pantalla. Todo danza, todo se sosiega en ese único acto de crear y el pensamiento angustiante con las historias de «lo que me falta por hacer» desaparece y el tiempo se resignifica, rinde.

Lo mejor de esto, es que no siempre se trata de cosas que gusten: hay tareas tediosas, porque hay un pensamiento que nos dice que así es, si no me cree pregúntele a sus cercanos, a usted mismo, qué piensa del lunes. Sabemos cuál será la respuesta mayoritaria, pero si nos fijamos bien, es un día, con las mismas 24 horas que el resto, el significado está en nuestra cabeza, precisamente porque lo vemos como el que inicia el listado de lo que falta por hacer. Si se entrega a él, con lo que le traiga, bajará el desasosiego, se lo garantizo.

Cuando observo la tarea desde el paso a paso, desde lo que significa en ese único instante, se transforma; y justo aquí entendí que se puede meditar sin necesidad de rituales y técnicas, porque simplemente se observa el caos, pero uno no se inmiscuye, y justo ahí… llega la paz que todos buscamos.

Contemplar no siempre está en la quietud, hacerlo durante la acción es interesante, para mí es el primer paso a la concentración: en el presente está todo al tiempo, abrir los sentidos a ese paso a paso, a ese instante, borra el pasado angustiante y da espera al futuro desasosegado. Es casi como acallar la mente con su cantaleta de por qué para qué qué falta no sirve está incompleto no se va a poder…

Las agendas son un recurso no un atributo. Son un medio para visualizar, no son el fin ni el objetivo. Observémonos durante la ejecución de tareas, observemos las dinámicas que se construyen alrededor de esas acciones, contemplemos lo creado, saquémosle tiempo a disfrutar el resultado. Estar ocupado todo el tiempo no significa que se esté al ritmo del mundo, la realidad nos indica el ritmo: con sus cosas bonitas y feas, pero ahí es donde se aprende. No evitemos lo que trae, recibámoslo con lo que mejor sabemos hacer pero se nos olvidó: estar presentes, al fin de cuentas es lo único real, lo demás es ficción.

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