Las aulas de clase me atrapan, amo ese espacio, modificado en el último año por la virtualidad. Las voces entrecortadas, las acciones del entorno digital, no parecen inmiscuirse con el deseo de poder compartir conocimiento. Y es que si algo nos permiten estas plataformas que nos absorben los rituales cotidianos es la posibilidad de conectar, a mayor escala y de forma precisa, con los que comparten tu visión de la realidad.
Este semestre comienzo con una nueva materia, me emociona bastante si soy sincera, se trata de la gerencia creativa y su relación con la creación de empresa. La vida te va ubicando en los lugares que corresponden con el momento: siempre he visto la docencia como el ejercicio que exige contagiar el ánimo de lo que uno sabe a las nuevas generaciones; no las frustraciones de lo no cumplido, nadie repite la experiencia de otro, ¿para qué crear miedos?
Demás que los nuevos alumnos caerán en este blog, como acto premeditado de su generación, pondrán las palabras clave que rodean mi huella digital y se irán enterando de a poco de la forma en que abordo la comunicación digital. Tendrán otras referencias de los que pasaron por mis cursos anteriores, pero este es como un viaje de memoria y actualidad de lo que ha sido mi transformación como empresaria. Del afán y la ansiedad a la reflexión y contemplación de quienes se adhieren a mis actividades diarias.
Las conexiones se resignifican por la forma en que se traduce el mundo, más que por la relación de acuerdos premeditados; eso es solo el papeleo propio del sistema de las organizaciones. La conversación que parece no llevar a ningún lado termina revelando la respuesta a una idea que se busca hace un tiempo. La observación del entorno como ritual creativo para poder proponer a quienes ven el mundo dormidos tras sus pantallas: es casi como recordarles de lo que se están perdiendo por seguir el brillo de sus dispositivos. Es una especie de nueva misión para quienes nos dedicamos a comunicar.

Comunicar es de humanos, traducir sensaciones y puestas de sol a través de las palabras nos conecta. Es un acto que el algoritmo parece amenazar, todo se desplegará de la mejor manera, la vida siempre se ajusta a lo que corresponde, no a lo que queremos: descubrir la forma de conectar los universos particulares, con una hoja de ruta un poco holística para poder trascender aquello que ya se predeterminó por la inteligencia de máquinas, puede ser una nueva etapa de este oficio que amo y que lleva las etiquetas de comunicación y periodismo. No es que me gusten mucho las rotulaciones, el nombrar sensaciones, situaciones, cosas y oficios, suele separar, crear diferencias que pueden traducirse en creencias limitantes; pero ahí viene la dicotomía de mi oficio: comunicar implica manejo de la palabra, del discurso, de explicar la diferencia, solo que me esmero por hacer consciente la empatía obligada para hacer efectivo este ejercicio.
No temer al contraste, a lo diferente; reflexionar sobre esa necesidad de anular lo que no cabe en la comodidad del algoritmo que vamos creando, como parte de un ejercicio necesario para quienes quieren proponer en un mundo de conexiones efímeras con anhelos de relaciones profundas. Lo diferente nos confronta con la vulnerabilidad, y el no tener certeza te hace enfrentar el miedo. Principal compañero de retos al momento de crear empresa: no hay escasez de buenas ideas, hay abundancia de personas temerosas al fracaso, a la crítica, al qué dirán. Nos pesa mucho la buena imagen, y esto parece abundar en escenarios donde los filtros determinan la vitrina de una vida pública.
Los pasos, conteos, fórmulas para crear empresa se desdibujan en la realidad de crear para personas que demandan innovación, sorpresa, cambio en tiempos cada vez más cortos. Así que quienes nos esmeramos por contar la historia de los productos y servicios que crean bajo esta demanda, debemos trabajar en el equilibrio que da el detenerse a observar, escuchar y experimentar desde la única condición que nos une a todos, la de ser humanos, así haya un algoritmo trabajando en volverla obsoleta ante un mundo que cada vez demanda más eficiencia: parece que no hay tiempo para equivocarse.