Leer la mente de los consumidores, llevarlos a una toma de decisiones que beneficie a empresas de productos y servicios, ver la oportunidad de venta a partir de la emocionalidad de quien navega por un scroll con esquizofrenia narrativa, llevará a las audiencias del futuro a preguntar a las empresas por la ética de quienes les proveen de dicha información.
Google se enfrasca en un hermetismo de manejo de datos, que hasta el momento la Unión Europea parece ser la única que le pone condiciones en un menor tiempo, antes de que el gigante tecnológico adelante otros procesos igual de enigmáticos que hacen que la rueda burocrática comience desde el principio, con un alegato de nunca acabar (lo que solemos ver cada vez que visitan al Congreso de Estados Unidos). La última multa de la UE habla de más de 200 millones de dólares por monopolio en la pauta, más los procesos de pago con los grandes medios de comunicación franceses.
Más allá de la venta de productos y servicios: del antojo premeditado de unos zapatos, el tratamiento para el cabello, el curso online o la última consejera espiritual; está la relación de los magnates tecnológicos con la ciencia y la investigación, especialmente con la biología; un cóctel de fuerzas del conocimiento que marcarán el futuro de la humanidad y que vemos con el disfrute inocente de quien ignora los antecedentes.

Términos como curar la muerte no son ajenos para Google, su inversión en el Proyecto Gilgamesh, por ejemplo, lo demuestra. Todo comenzó con la obsesión por la vejez, pero se espera que para 2045 este objetivo ya esté en sus primeras etapas: “No solo se trata de Google . Ya hay 350 personas criogenizadas en todo el mundo, mientras que la Fundación Matusalén ha recibido cientos de millones de dólares en donaciones para investigar terapias regenerativas. Así, varios millonarios de Silicon Valley han puesto sus ojos en esta naciente industria que, de convertirse en realidad, sería enormemente lucrativa”. Asegura el periodista Adrián Espallargas, en su artículo de 2019 sobre el proyecto para la revista GQ.
En pocas palabras, ya no se piensa en sanar a los enfermos sino en tratar a quienes están sanos para alargar sus vidas.
Solo mides lo que te importa
Esta afirmación se hace evidente en los programas de gobierno y las obras ejecutadas: las estadísticas que se presentan como resultado de los estudios mostrarán qué tan involucrados están con los desarrollos urbanísticos, con el medio ambiente, las poblaciones vulnerables, los movimientos sociales… aquellos discursos que no los acompaña la estadística, simplemente no existen para esa administración que se roba la atención del público, sea en su ciudad o país.
¿Qué pasa entonces cuando vemos un desconocimiento de los políticos con las nuevas mediciones? ¿Cuando padecemos regulaciones pensadas al ritmo de décadas pasadas, y que en la virtualidad podrían compararse en proporción con la “época de las cavernas”? Esas mediciones que involucran tecnología, investigación, medicina, y que hacen surgir nuevas religiones como el tecnohumanismo, donde muchos comenzamos a ser adeptos sin ni siquiera sospecharlo.
Ofrecemos datos de perfilamiento, de lectura de conductas, de nuestro ritmo cardiaco, nuestras frecuencias médicas, de nuestras relaciones amorosas con perfiles de parejas y ciclos emocionales en las relaciones a partir de compras, chats, comentarios, número de stalkeos, relaciones sexuales, ciclos menstruales, compromisos y bloqueos.
«El significado profundo de lo que es ser una persona se está viendo limitado por ilusiones de bits»
Jaron Lanier.

Las reflexiones sobre la influencia de la tecnología en nuestras vidas se queda corta al compararla con la velocidad con la que van las tomas de decisiones de los magnates tecnológicos: el Capitalismo de la Atención y de la Vigilancia van creando un escenario donde el ser humano dependiente y confiado de la toma de decisiones sobre su vida, da poder a un algoritmo que sabe le conoce mejor que incluso él mismo. Este escenario pone sobre la mesa el paso a seguir en la evolución de la humanidad, donde todo indica que seremos espectadores y no protagonistas.
Hay quienes afirman que nuestra evolución biológica como Homo sapiens llegó a su límite. El ser humano logró el dominio del entorno y el mundo que vemos hoy gracias a su inteligencia: así un orangután sea más fuerte, el hombre cuenta con la ventaja cognitiva. ¿Qué pasa entonces cuando ya hay todo un sistema que sobrepasa aquello que le hacía único? La inteligencia artificial, más allá de la propaganda que padece en películas de ciencia ficción, con robots o algoritmos asesinos, se toma su tiempo en medirnos, en conocer ese otro algoritmo que llamamos cuerpo humano, y que arroja datos que roba la atención y los presupuestos de los dueños del mundo actual.
¿El cerebro humano se hará poco necesario para el sistema? La masificación del conocimiento o las habilidades ya son suplantadas por acciones precisas que pueden salir de una sola máquina. La precisión de los resultados, el poco tiempo que toma, la evolución constante y la falta de emocionalidad se ven hoy como atributos que el algoritmo ofrece y que pone en jaque al ser humano, precisamente por ser factores que le dan esa condición de humanidad. El poder equivocarse, el sentir y el pensar pueden ya no ser tan útiles en las sociedades futuras.
Más que el terror se trata de preguntarnos por lo que discutimos hoy. ¿Vemos preparados para este escenario a nuestros gobiernos? ¿Hay una proyección real para que esa llamada Revolución 4.0 se dé en nuestras sociedades? Esta es una discusión que debe darse en la política, la salud, la legislación, la educación, la economía. ¿Nos subiremos al tren del desarrollo o seguiremos esperando el coletazo de una nueva dinámica social y humana?
Mientras caemos en la cuenta de estas nuevas reglas de juego, la mente humana es el segundo round de esta historia, quieren descifrarla, quieren leerla y tiene trabajando en equipo a investigadores y dueños de grandes capitales, que como dije al comienzo, son dos lados del futuro, en la que parece, Latinoamérica no figura.
El fenómeno de la tecnología con total control de la realidad y la vida de quienes la habitamos es algo sin precedentes en la historia, y como tal, nos lleva a diferentes versiones, mitos y supuestos sobre lo que viene: nuestra dependencia al sistema algorítmico ya se hace evidente; la caída de Google a comienzos de año y de Fastly (servidor del que se proveen sitios como el gobierno británico, The New York Times y Twitter) a comienzos de junio, muestran la dependencia que poco a poco comenzamos a reconocer: (Inserte su imagen con el gesto y actitud cada vez que se queda sin señal o datos en su celular).
La ciencia ficción ya la estamos viviendo. Decir que los sistemas económicos y sociales se van a alterar es redundante a estas alturas. En la medida que teóricos, científicos y empresarios de la tecnología unen fuerzas se ve con cierta paranoia el futuro de los humanos, especialmente cuando quienes podrían estar discutiendo regulaciones, coordinando el sistema de valores de las máquinas, la ética de los algoritmos y el uso de nuestros datos hoy; los vemos bailando en Tik Tok, haciéndose selfies en Instagram y vomitando tweets… sí, hablo de nuestros políticos.
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