Las soledades hiperconectadas

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Si miramos bien tenemos una relación estable con las redes sociales, a unas se les ama más que a otras, y son el fiel reflejo de las afinidades compartidas desde la imagen o el texto. Sin embargo la mirada fija a la pantalla, la rutina de actualizar contenidos en el timeline, hacen que el usuario se desprenda de los protocolos comunes de las relaciones físicas: hablar, sonreír, guardar silencio, escuchar sin ningún dispositivo de por medio.

Las actitudes sociales cambian, ya se ha escrito bastante sobre los nuevos conflictos amorosos que se dan por culpa de la actitud frente al móvil. La búsqueda de pareja a partir de apps con opciones de catálogo, la ausencia de diálogo al momento de terminar una relación dejando como única señal el dejar de seguir.

Todo de una u otra manera, implica conectarse, así sea desde el conflicto, desde distintos dispositivos, para entablar o descartar una relación; y así mismo, son actos que se suelen ejecutar desde la soledad.

Las emociones se consumen… se gastan

Dentro del listado de acciones y tareas que se manejan en el día a día está el consumo emocional de contenidos: ejemplos continuos de formas de sentir y reaccionar frente a ciertas situaciones que terminan enumerando actitudes en listados, tops y conteos que se componen de consejos y definiciones para entender lo que pasa y cómo reaccionar frente a temas que se dan cuando se está fuera de la pantalla: ser feliz, amarse a sí mismo, superación, o el muy tendencia «you can do it».

Hacer reír, opinar o compartir es la propuesta de los contenidos que se inmiscuyen en las nuevas dinámicas consumidas desde la soledad del dispositivo, desde el contexto que tiene ciertos momentos del día. De ahí que las mediciones de interacción con las audiencias son una pequeña parte del resultado de una estrategia: tal y como pasa en el periodismo, las historias detrás de los números son las que determinan una conexión real con el discurso.

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La inmersión es una característica que reta a la generacion de contenidos, precisamente porque se debe hacer sentir al usuario como si estuviera viviendo la situación que se le expresa, sin tener que salirse de la pantalla, por eso quienes generen el contenido no pueden limitarse a estar conectados desde el clic sino que deben observar qué y cómo se dan las historias fuera de la red: están en la obligación de entender los nuevos lenguajes sin dejar de lado la experiencia emocional fuera de línea.

Tal vez lo que no ha cambiado en las personas es su gusto por escuchar historias, por ver reflejadas emociones en una buena foto, un guion, un video o una línea de texto…

Siempre que se generan contenidos se debe pensar en la soledad de quien lo va a consumir, y no hago referencia a estar solo desde lo físico, sino al estado que se vive desde esa ventana en la que se convierte la pantalla que da personalidad a un móvil, una tablet o un computador.

Estar conectados ya no solo se aplica al concepto de comprender y estar en sintonía con el otro, al contrario, parece aludir a la tarea de hacer clic desde la acción más específica, en esa relación íntima y solitaria con esa pantalla que estrella su brillo contra un rostro embelesado y una mirada perdida en el paisaje digital.

3 comentarios sobre “Las soledades hiperconectadas

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